Qué extraña sensación. He llegado a ese lugar y me he convertido en un alma en pena más. Cuando niña, el regocijo de la gente, las sonrisas en silencio y los abrazos de refugio eran suficientes para volver feliz a casa.
Desde afuera se oyen los murmullos a una velocidad indescifrable. Al entrar todos te reciben con la mirada hasta volver inmediatamente a sus más íntimas conversaciones.
Me siento y espero paciente, pensando, hablando para mí misma. Una palmada me toca la espalda; no, no es el, es solo mi hermana que venía detrás y se sienta a mi lado. Desde lejos veo al orador discutiendo con uno de sus asistentes, la distancia no me permite divisar por qué.
Saludo a los conocidos, tan extraños, tan diferentes; no eran los mismos de cinco años atrás. No sé si la vida de ellos o la muerte de otros les había golpeado tanto.
Mientras estaba ahí dentro me di cuenta que todos, sin excepción alguna, parecíamos iguales de algún modo, con un mismo fin, con una misma intención, la mejor por supuesto, no podía haber distinción alguna, por lo menos no ahí dentro.
No hubo retrasos, todo empieza a la hora pautada. En silencio atienden muchos, no se escucha bisbiseo alguno.
A medida que avanza el reloj, tocan de nuevo mi espalda; no, no era el, era una señora de edad adelantada que me pasa por el lado y me choca ligeramente con una pequeña canasta en manos.
Vuelvo a fijar mi mirada en el centro y espero que todo termine. La nostalgia que me invadía era indescriptible, es como si se respirara cierto desasosiego de tener a tantos buscando ahí dentro, sabiendo que ellos mismos se dejaban allá afuera.
Con el tiempo ya el efecto no era el mismo. La búsqueda no había cesado, simplemente había cambiado de lugar. Ya no había que salir a ningún lado ni llegar a ninguna parte. Todo se había reducido en encontrarnos en cualquier lugar. Qué maravilla.
Cuando todo termina, decido salir presurosamente, se escucha un bullicio. Desde la puerta algunos ya habían recogido al yo que habían dejado ahí fuera, otros hacían reverencia en señal de respeto, muchos agradecían en susurros, casi todos se persinan y yo, simplemente miro hacia arriba y me doy cuenta, que a El, yo lo había dejado allá afuera.
A.I
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