martes, 15 de agosto de 2017

La Despedida

”Las malas despedidas son las únicas que funcionan”, me decía mi abuelo. “Pueden ser en 

las que tu deseo de matarlo lo acompañe hasta la puerta o simplemente se dan esas que se entienden sin ni siquiera decirse adiós”.

Es extraño, mientras más él me hablaba de los adioses, cada vez menos yo creía en ellos, pero en realidad era muy ingenua para entender porque no lo aceptaba o peor aún, porque no podía deshacerme de este rechazo.
A veces creo que este divorcio con las despedidas es culpa de Ana Gabriel y su fatal ranchera llamada de esta misma manera, quien por esos años era melodía repetida de los domingos al salir el sol, era romanza que me robaba a plena luz del día el “Yabadabadu” de los Picapiedras que intentaba ver y escuchar en televisión. Pero a quien quería engañar, si ya era tarde cuando esta canción tuvo el valor de salir en la radio.
Quizá fue culpa de Jose Angel Buesa y su inmortal poema “La Despedida”, quien con melancolía o como el gran “poeta enamorado” me hizo obsesionarme con las partidas, solo para convertirme en esa que se va sin nunca haber llegado, solo para confiar en eso en lo que nunca había creído.
No fue pecado de las décadas y mucho menos un delito contractual de las disqueras. Esto venia de antes, esto llegó conmigo.
Recuerdo cuando mi primer perro se fue de la casa y jamás volvió. No lo maté, el no murió y por eso todavía, muchas veces, miro hacia afuera y espero verlo llegar. O Doña Teresa, quien vivía a tres casas de mí. Todas las mañanas se despedía silenciosamente de su hijo perdido en las adicciones de las drogas y aun así, ella siempre lo veía en Diego el hijo de la vecina, en Hugo el niño prodigio de la cuadra, en casa, en su espera de verlo llegar todas las noches. No sabía decir adiós, no sabía morir así.
Todos conocemos las horas desgarradoras de las despedidas, así como les llamaba Nietzsche. No son más que eso, inquebrantables, desoladoras y  maldecidas horas, que solo son la transición para devolverte ese mismo mar de agua salada con otra orilla, con peor y a veces hasta con mejor paisaje.
Nos hemos quedado con todo lo que hemos perdido, con esa inequívoca metamorfosis de adiós y regreso, esa que necesitamos, que odiamos, esa que buscamos, solo para saber, solo para sentir que nada y la vez todo, siempre nos ha pertenecido.
No hay despedidas, no hay atajos, solo alucinación. Duermo, despierto y todo sigue ahí, en mis ojos, en mis manos, en mi memoria, en mi calle. Aun merodeando y aproximándome a ese limbo llamado olvido, aun perdida en ese eterno retorno, creo y hasta a veces espero, ser capaz de encontrar eso mismo que una o muchas veces creí perder, de buscar eso que me dijo, que le dije, que nos dijimos, tantas veces ese falso y abrupto adiós.
A.I

Mi Primera Postal


Hoy te recuerdo como ayer, como siempre, como hace 4 meses, pero más que todo, hoy te 


¿Estarás celebrando tu cumpleaños sin mí?, me pregunto. Luego me digo, que si no lo estuvieras haciendo, no te lo perdonaría. No porque sea fanática de ellos, sino porque tu si lo eras y con eso, ya es suficiente para apagar unas cuantas velas.  Pero como ha de saberlo si tal vez,  en la vida que te encuentres ahora mismo sea un día normal o quizá, un alma nueva por nacer.
Desde que ya no te veo en aquella habitación gigante para tu delicado cuerpo, pero tan pequeña para tu mirada, he  entendido que morir no sucede un día final, sino, todos los días, lidiando con la muerte gradual que nos invade cuando otra vida nos deja.
Tú te has ido y a la vez te has quedado, aquí conmigo. Estas en esas sombrillas de helecho que recogías y me dabas para cubrirme de la lluvia, del sol, de las sombras, de ti y hasta de mí. Estas en esa canción que tanto cantabas aquellas tardes después de recoger la ropa y que hoy, al escucharla, lloro de emoción. Estas en cada flor colocadas en el baño, de esas que reíamos juntas cuando pasabas tan campante por el largo pasillo de casa. Estas en cada chilindrina, de ese  héroe llamado chavo del 8, así como me decías, así como solo tú me llamabas. Estas en cada “mamá” que me decías y creo por eso y solo por eso, soy grande desde que era una niña. Estas en cada escondite de la casa, ahí donde me perdía todos los días para escribir y que llorabas hasta encontrarme muerta de la risa.
Recuerdo verte desde el rincón de la sala, comiendo eso que perfumaba la casa y reía y reía hasta que tú empezabas a llorar. No entendía por qué. No entendía porque caminabas a un paso apresurado, así como si buscaras algo que nunca se perdió,  así como si quisieras algo que no habías conocido y yo desde ese mundo tan ingenuo, creí que jugabas, y yo solo reía.
Tus pasos disminuyeron hasta llegar a ser solo camino. Ya no había huellas ni rastros, solo tu abrazo, tu mirada extraviada y tu voz llena  de confusión. Y yo me sentaba ahí, a verte, a hablarte, y tú en silencio. Si era tu mamá, solo que ya no podías pronunciarlo.
Ya eras una bebe, sin memoria, sin recuerdos,  sin habla, donde el techo era tu cielo estrellado y el espejo tu amanecer. No había otra vista, más que nosotros. Y de solo pensar que te fuiste con esa imagen, es suficiente para creer, que dejaste este mundo creyendo que era el paraíso.
Y sé que en algún mundo paralelo, acá mismo desde este paraíso, se celebra algún cumpleaños en tu nombre.

A.I

UN INFIERNO MAS


Cada infierno tiene un vestíbulo cinco estrellas, de esos que no dudarías ni un segundo en hacer check in; Seducen y fascinan hasta el punto de hacerte quedar por tiempo indefinido, tiempo en que el fuego empieza a calentar las emociones, como una excitación de placer, tan engañosa y tan verdadera como estar en dos lugares y ninguno a la vez.
Es un camino que nos adentra a la risa confusa, en la agitación estrepitosa y en esa alegría pasajera, en la que llegamos a pensar que por fin hemos librado nuestro más oscuro infierno, cuando apenas hemos llegado a otro más. La exaltación del viaje nos ha vuelto sordos; “Bienvenidos, nos susurran al entrar”.
De pronto o lentamente todo se vuelve un llanto, la felicidad ya no es confusión, ahora es condena, esto es por su escasa dosis o por su larga estancia; La agitación se vuelve un sosiego agobiante y  la alegría no es más que un turista de manecilla; acomodada a un simple reloj.  Los demonios  ya dejan de arder, ahora solo nos queman y ahí y solo ahí, empezamos a necesitar de otro infierno.
A estos infiernos no les sigue un purgatorio ni paraíso, mucho menos una salvación. Diversidad, no curación, porque puede que el placebo nos tenga tan enfermos, que lo último que necesitamos es un alivio.
Por eso, cuando los demonios internos comienzan a encender y apagar el fuego, es donde sabemos que tan grande es nuestro infierno.
 Y desde ya sabemos Dante, que hace muchos demonios, hemos empezado a serlo.

A.I

Un hogar sin techo

Qué extraña sensación. He llegado a ese lugar y me he convertido en un alma en pena más. Cuando niña, el regocijo de la gente, las sonrisas en silencio y los abrazos de refugio eran suficientes para volver feliz a casa.
Desde afuera se oyen los murmullos a una velocidad indescifrable. Al entrar todos te reciben con la mirada hasta volver inmediatamente a sus más íntimas conversaciones.
Me siento y espero paciente, pensando, hablando para mí misma. Una palmada me toca la espalda; no, no es el, es solo mi hermana que venía detrás y se sienta a mi lado. Desde lejos veo al orador discutiendo con uno de sus asistentes, la distancia no me permite divisar por qué.
Saludo a los conocidos, tan extraños, tan diferentes; no eran los mismos de cinco años atrás. No sé si la vida de ellos o la muerte de otros les había golpeado tanto.
Mientras estaba  ahí dentro me di cuenta que todos, sin excepción alguna, parecíamos iguales de algún modo, con un mismo fin, con una misma intención, la mejor por supuesto, no podía haber distinción alguna, por lo menos no ahí dentro.
No hubo retrasos, todo empieza a la hora pautada. En silencio atienden muchos, no se escucha bisbiseo alguno.
A medida que avanza el reloj, tocan de nuevo mi espalda; no, no era el,  era una señora de edad adelantada que me pasa por el lado y me choca ligeramente con una pequeña canasta en manos.
Vuelvo a fijar mi mirada en el centro y espero que todo termine. La nostalgia que me invadía era indescriptible, es como si se respirara cierto desasosiego de tener a tantos buscando ahí dentro, sabiendo que ellos mismos se dejaban allá afuera.
Con el tiempo ya el efecto no era el mismo. La búsqueda no había cesado, simplemente había cambiado de lugar. Ya no había que salir a ningún lado ni llegar a ninguna parte.  Todo se había reducido en encontrarnos en cualquier lugar. Qué maravilla.
Cuando todo termina, decido salir presurosamente,  se escucha un bullicio. Desde la puerta algunos ya habían recogido al yo que habían dejado ahí fuera, otros hacían reverencia en señal de respeto, muchos agradecían en susurros, casi todos se persinan y yo, simplemente miro hacia arriba y me doy cuenta, que a El, yo lo había dejado allá afuera.

A.I

viernes, 14 de abril de 2017

me tienes

No sé en qué tiempo conjugarte, mucho menos se en que historia puedo hablar de ti.

Me embriago de vergüenza por la cadencia en que te pienso, por la medida en que me tienes.
Me asusto por no ser esas almas que sin saber se buscan, sino esas sombras que sabiendo, se persiguen hasta volverse oscuridad.
No nos basta con las noches que se culpan por ya no ser solo tuyas y solo mías, ya no podemos batallar con ese pronombre tan inestable como la mar, tan inconstante como nosotros.
Me tienes en esas mascaras que nadie ha podido robarme, esas que me visten y me desnudan para mostrar otras más, para reír, para llorar, mientras miro hechizada como me sigues teniendo.
Contigo invento el buen amor, ese que pretende ser medido para que no se agote, para que no se acabe, como la oración que no quiere llegar al amen, como él te quiero largo y profundo que no quiere dejar de ser, dejar de ver, dejar de estar.
Me tienes en la improvisación de mis palabras, tan nerviosas y agitadas, entre duetos de suspiros que en algún momento temen  llegar a ser más de dos, vivir como tres, morir siendo uno.
Me tienes en el futuro, en ese que nunca llega, en ese que siempre te tengo. Allí no hay pasados rebuscados ni recuerdos moribundos. Allí solo hay una memoria provisoria de todo eso que esta por vivir, casi como algo vivido, ya como una felicidad innegable.
Me tienes en el invierno que habita en el lado izquierdo de mi cuerpo, lleno de paisajes blancos, de  fantasmas muertos, lleno de letras que transfiguran todo el sentido de la palabra cuando te escribo, inmortalizando siempre el  aquí y ahora.
Me tienes allá, en todos los sitios que te encuentras, aquí cuando nos volvemos ciclopes uno frente a otro, con una mirada perdida en el mismo camino, así como si fuésemos a viajar hacia el mismo lugar.
Me tienes hasta el punto de decir que soy tuya, sin evidencias ni testigos que lo proclamen, con esos muros cautivos que a tu nombre gritan libertad.
Me tienes en todas partes y creo entender por qué, de tantos modos como yo quisiera tenerte y se, que aunque no quiera decirlo, me tienes de tantas formas porque nunca me has tenido.
A.I

miércoles, 12 de abril de 2017

Reminiscencias

He conocido muchas almas que huyen de sus escombros porque podrían recolectar más recuerdos que vida misma. El peso de sus pasos no está en sus pies, ni en su andar despreocupado. Está en el camino de vuelta, en el anhelo oblicuo, en la mirada inversa. Ya están hartos de que les duela la memoria y buscan desesperados una amnesia visceral.

En cambio yo, tengo las vísceras rebosadas de roces flemáticos y una memoria temiblemente deshabitada, hasta el punto de verme en la necesidad de pasar del placer devoto de desmemoriarme al rechazo obsesivo de olvidar.
Hay una pérdida que amenaza con volverse constante, constante en el abandono de las cosas insignificantes, de las pueriles, de las memorables, de las conservadas con recelo por miedo a que dejen de ser refugio y rechazadas de forma inexplicable por esta misma razón.
Cómo podrías temerle a los recuerdos si estos aceptan sobornos, así como una forma de corrupción divina o perversión placentera que fortalece al criminal que se lleva dentro, hasta que un día cualquiera, sin saber cómo ni por qué, ha tomado tanta fuerza, que se atreve a ser el asesino estético que a través del olvido involuntario logra alcanzar la risa.
He dormido en tierras curadas y campos parecidos para evitar la fuga del tiempo, he intervenido lo menos posible en los ecos heridos y moribundos aun sepa que no sanarán, he abrazado pensamientos tan latentes de forma injusta e incisiva, he coleccionado invenciones y creído en ellas aun sepa que algún día se esfumarán.
Podrá ser que el exceso de recuerdo incontrolable nos vuelva prisioneros, pero que puedo decir, a mí nunca me ha preocupado el recuerdo, a mi me preocupa el olvido.
Podría recordar hasta que deje de doler, podría evocar emociones para llorar y reír a la vez, podría guardar una imagen con miles de formas inconstantes y seguir siendo una, podría mirar el ayer hasta el tuétano de mis huesos ya rotos y aun así poder mirar una y otra vez, porque estoy llena de fugas, de incontables escapes, de infinitos derrames de olvido.
No necesito una memoria extraordinaria o absoluta ni el recurso de las artes para aprender a abandonar. Yo solo quiero recordar de una forma tan ancha y tan honda que tema, que turbe, que duela, algún día olvidar.
No huyan, no huyas, no huyo, porque en el olvido no está la libertad.

A.I

martes, 11 de abril de 2017

Arma de un solo filo

De un momento a otro muchas cosas habían cambiado, todo era diferente; la misma casa, la misma habitación, el mismo abanico amilanado, la misma cama desecha, pero por alguna razón extraña no fue el mismo refugio, ni el mismo desorden ordenado. Podría decir que de tantos mismos, todo se volvió distinto.

Era como si al llegar al mismo sitio hubiese entrado a un lugar diferente. Sabia que las cosas tarde o temprano iban a cambiar, pero no sabia que mientras mas envejecía, menos imperceptible se volvía el tiempo para notar este tipo trances.

Todos esos pensamientos vagaban por su mente antes de acostarse. Irse a soñar era un viaje que empezaba con creer que tenia el control del mundo que dejaba al dormir, el cuchillo bajo la almohada le daba esa pertenencia de aniquilación.

Hablaba antes de dormitar, tal vez con una almohada que arropaba el poder que decidía quien vivía o no, o tal vez con las sombras de una conciencia mucho más oscura que su habitación. Ese siempre fue su consuelo. No había mejor sedante que ver tanta lobreguez en su cuchitril. Después de todo, las penumbras no solo le invadían, también le rodeaban y de alguna forma u otra esa era su compañía, mas no su compañera.

Todas las noches se preguntaba, porque morir lentamente con un arma de doble filo llamada vida, cuando puedes tener una de un solo filo apodada como desees. Es que acaso no nos damos cuenta que el sentido de pertenencia es la única felicidad, tan momentánea y efímera como el tiempo de una sonrisa. Puedes tenerlo en tus manos, en tu mente, en tus sueños o a tu lado, pero definitivamente, cuando tienes, la tienes.

El poder de aniquilación que sentía era una pertenencia que le brindaba un poco de felicidad y decidió apropiarse de esa sensación para dormir todas las noches.

Tenía muchos pecados menores que le atormentaban durante su insomnio, principalmente esas noches donde soñar era una necesidad.

Antes de intentar dormir saca el cuchillo debajo de su almohada, roza su filo como una forma de probar su borde y corta una tirilla de sus pastillas para dormir. Era el ritual de cada noche.

Ya atontado por el efecto, sonreía mientras recordaba como todos creían que estaba colmado de una locura que le haría quitar la vida, principalmente esos que decían vivir. Es como siempre la soledad ha sido confundida con depresión.

Nadie podía ver más allá de sus ojos y la normalidad de sus perspectivas rebosó hasta caer en la ridiculez, cuando esa y todas las noches el único aniquilado por esa arma de un filo, era un insomnio que no le dejaba soñar.


A.I